Uno de los más graves errores del pensamiento
"moderno", cuyas salpicaduras aún padecemos, ha sido confundir la
sociedad con la asociación, que es, aproximadamente, lo contrario de aquella.
Una sociedad no se constituye por acuerdo de las voluntades presupone la
existencia de una sociedad, de gentes que conviven, y el acuerdo no puede
consistir sino en precisar una u otra forma de esa convivencia, de esa sociedad
preexistente.
Triunfa hoy sobre toda
el área continental una forma de homogeneidad que amenaza consumir por completo
aquel tesoro. Dondequiera ha surgido el hombre-masa de que este volumen
se ocupa, un tipo de hombre hecho de prisa, montado nada más que sobre
unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo mismo, es idéntico de
un cabo de Europa al otro. A él se debe el triste aspecto de asfixiante
monotonía que va tomando la vida en todo el continente. Este hombre-masa es el
hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por
lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas "internacionales".
Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meros idóla
fori; carece de un "dentro", de una intimidad suya, inexorable e
inalineable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en
disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que
tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la
nobleza que obliga-sine nobilitate-snob.
Como el snob está vació de destino propio, como no siente
que existe sobre el planeta para hacer algo determinado e incanjeable, es
incapaz de entender que hay misiones particulares y especiales mensajes. Por
esta razón es hostil al liberalismo, con una hostilidad que se parece a la del
sordo hacia la palabra.
La historia es la realidad del hombre. No tiene otra. En
ella se ha llegado a hacer tal y como es. Negar el pasado es absurdo e
ilusorio, porque el pasado es "lo natural del hombre que vuelve al
galope". Los doctrinarios despreciaban los "derechos del hombre"
porque son absolutos "metafísicos", abstracciones e irrealidades. Los
verdaderos derechos son los que absolutamente están ahí, porque han ido
apareciendo y consolidándose en la historia: tales son las "libertades",
la legitimidad, la magistratura, las "capacidades"
Tomando en cuenta las siguientes tesis:
- Primera: el liberalismo individualista pertenece a la flora del siglo XVIII.
- Segunda: la creación característica del siglo XIX ha sido precisamente el colectivismo.
- Tercera: esta idea es de origen francés (Bonald y Maistre).
Liberalismo nos
sorprende que su presunta defensa del individuo no se basa en mostrar que la
libertad beneficia e interesa a la sociedad. También fue aquél un tiempo de
masas y de pavorosa homogeneidad. Los Antónimos se advierte claramente un
extraño fenómeno, menos subrayado y analizado de lo que debiera: los hombres se
han vuelto estúpidos. Después de él, las cabezas se obliteran y salvo los
Alejandrinos, no van a hacer más que repetir, estereotipar. El otro carácter
aterrador del latín vulgar es precisamente su homogeneidad.
La masa en
rebeldía ha perdido toda capacidad de religión y de conocimiento. No puede
tener dentro más que política, una política exorbitada, frenética, fuera de sí,
puesto que pretende suplantar al conocimiento, a la religión, a la sagesse -en
fin, a las únicas cosas que por su sustancia son aptas para ocupar el centro de
la mente humana-. La política vacía al hombre de soledad e intimidad, y por eso
es la predicación del politicismo integral una de las técnicas que se usan para
socializarlo. El hombre-masa de un hombre hermético, que no está abierto de
verdad a ninguna instancia superior.
Al contemplar en
las grandes ciudades esas inmensas aglomeraciones de seres humanos, que van y
vienen por sus calles o se concentran en festivales y manifestaciones
políticas, se incorpora en mí, obsesionante, este pensamiento. De aquí la
acción de la masa. Los demagogos han sido los grandes estranguladores de
civilizaciones. La demagogia esencia del demagogo está dentro de su mente y
radica en sus irresponsabilidad ante las ideas mismas que maneja y que él no ha
creado, sino recibido de los verdaderos creadores. La demagogia es una forma de
degeneración intelectual del problema total que es para el hombre y aun
especialmente para el hombre europeo su inmediato porvenir, un solo factor: la
caracterización del hombre medio que hoy va adueñándose de todo.
Primera Parte: La rebelión de las masas
"El hecho de las aglomeraciones"
Hay un hecho
que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea de
la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío
social. Masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia,
y menos gobernar la sociedad, Crisis, se llama la rebelión de las masas, la
aglomeración, del "lleno". Las ciudades están llenas de gente. Las
casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes,
llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Vemos la muchedumbre,
como tal, posesionada de los locales y utensilios creados por la civilización.
El hecho es que antes ninguno de estos establecimientos y vehículos solía estar
lleno, y ahora rebosan, queda fuera gente afanosa de usufructuarlos.
Sorprenderse extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo
específico del intelectual.
La aglomeración,
el lleno, no era antes frecuente. ¿Por qué lo es ahora?. Los individuos que
integran estas muchedumbres preexistían, pero no como muchedumbre.
¿Dondequiera? No, no; precisamente en los lugares mejores, creación
relativamente refinada de la cultura humana, reservados antes a grupos menores,
es definitiva, a minorías. La muchedumbre, se ha instalado en los lugares
preferentes de la sociedad. El concepto de muchedumbre es cuantitativo y
visual. La sociedad es siempre una unidad dinámica de dos factores: minorías y
masas. Las minorías son individuos o grupos de individuos especialmente
cualificados. La masa es el conjunto de personas no especialmente cualificadas.
Masa es "el hombre medio". Para formar una minoría, sea la que sea,
es preciso que antes cada cual se separe de la muchedumbre por razones
especiales, relativamente individuales. Hecho psicológico, sin necesidad de
esperar a que aparezcan los individuos en aglomeración. La división de la
sociedad en masas y minorías excelentes en clases de hombres, y no puede
coincidir con la jerarquización en las clases superiores e inferiores, los
obreros que antes podían valer como el ejemplo más puro de esto que llamamos
"masa".
Los locales no
estaban premeditados para las muchedumbres, puesto que su dimensión es muy
reducida y el gentío rebosa constantemente de ellos, demostrando a los ojos y
con lenguaje visible el hecho nuevo: la masa, que sin dejar de serlo, suplanta
a las minorías. Yo dudo que haya habido otras épocas de la historia en la que
la muchedumbre llegase a gobernar tan directamente como en nuestro tiempo.
"La subida del nivel histórico"
La época de las
masas es la época de la colosal. Vivimos bajo el brutal imperio de las masas.
"Yo no puedo sufrir un baile al que han sido invitadas menos de
ochocientas personas" A través de esta frase vi que el estilo de las masas
triunfa hoy sobre todo el área de la vida y se impone aun en aquellos últimos
rincones que parecían reservados a los happy few.
El hecho que
necesitamos someter a anatomía puede formularse bajo estas dos rúbricas:
primera, las masas ejercitan hoy un repertorio vital que coincide, en gran
parte, con el que antes parecía reservado exclusivamente a las minorías;
segunda, al propio tiempo, las masas se han hecho indóciles frente a las
minorías; no las obedecen, no las siguen , no las respetan, sino que, por el
contrario, las dan de lado y las suplantan.
La masa, que iba
entusiasmándose con la idea de esos derechos como un ideal, no los sentía en
si, no los ejercitaba ni hacia valer, sino que de hecho, bajo las legislaciones
democráticas, seguía viviendo, seguía sintiéndose a si misma como el antiguo
régimen. Cuando algo fue ideal se hace ingrediente de la realidad,
inexorablemente deja de seer ideal. Ahora bien: el sentido de aquellos derechos
no era otro que sacar las almas humanas de su interna servidumbre y proclamar
dentro de ellas una cierta conciencia de señorío y dignidad. ¿No era esto lo
que se quería?¿que el hombre medio se sintiese amo, dueño, señor de sí mismo y
de su vida? Ya está logrado.
Se requiere que
el hombre medio sea señor. Entonces no extrañe que actúe por sí y ante sí, que
reclame todos los placeres, que imponga decidido su voluntad, que se niegue a
toda servidumbre, que no siga dócil a nadie, que cuide su persona y sus ocios,
que perfile su indumentaria: son algunos de los atributos perennes que
acompañan a la conciencia de señorío. Hoy los hallamos residiendo en el hombre
medio, en la masa. El hombre medio representa el área sobre que se mueve la
historia de cada época. Ese estado psicológico de sentirse amo y señor de sí e
igual a cualquier otro individuo, que en Europa sólo los grupos sobresalientes
lograban adquirir, es lo que desde el siglo XVIII prácticamente desde siempre,
acontecía en América.
El triunfo de las masas y la consiguiente magnifica ascensión de nivel vital han acontecido en Europa por razones internas, después de dos siglos de educación progresista de las muchedumbres y de un paralelo enriquecimiento económico de la sociedad. América era el porvenir, pero la historia, como la agricultura, se nutre de los valles y no de las cimas, de la altitud media social y no de las eminencias.
"La altura de los tiempos"
El imperio de
las masas presenta, pues, una vertiente favorable en cuanto significa una
subida de todo el nivel histórico, y revela que la vida media se mueve hoy en
altura superior a la que ayer pisaba. La velocidad del tempo con que hoy
marchan las cosas, el ímpetu y energía con que se hace todo, angustian al
hombre de temple arcaico, y esta angustia mide desnivel entre la altura de su
pulso y la altura de la época.
"Cualquier tiempo pasado fue mejor"
Al mirar atrás e
imaginar esos siglos más valiosos, les parecía no dominarlos, sino, al
contrario, quedar bajo ellos, como un grado de temperatura, si tuviese
conciencia, la sentiría que no contiene en sí el grado superior; antes bien, que
hay en éste más calorías que en él mismo.
Ha habido, pues,
varias épocas en la historia que se han sentido a sí mismas como arribadas a
una altura plena, definitiva: tiempos en que se cree haber llegado al término
de un viaje, en que se cumple un afán antiguo y plenifica una esperanza. Es la
"plenitud de los tiempos", la completa madurez de la vida histórica,
lo esencial para que exista "plenitud de los tiempos" es
que un deseo antiguo, el cual venia arrastrándose anheloso y querulante durante
siglos, por fin un día queda satisfecho. Y, en efecto, esos tiempos plenos son
tiempos satisfechos de sí mismos.
Un tiempo que ha
satisfecho su deseo, su ideal, es que ya no desea nada más, que se le ha secado
la fontana del desear. Es decir, que la famosa plenitud es en realidad una
conclusión. Nuestro tiempo, en efecto, no se siente ya definitivo; al
contrario, en su raíz misma encuentra oscuramente la intuición de que no hay
tiempos definitivos,seguros, para siempre cristalizados, sino que, al revés,
esa pretensión de que un tiempo de al vida -el llamado "cultura
moderna"- fuese definitivo, nos parece una obcecación y estrechez
inverosímiles del campo visual. La fe en la cultura moderna era triste: era
saber que mañana iba a ser en todo lo esencial igual a hoy, que el progreso
consistía solamente en avanzar por todos los siempre sobre un camino idéntico
al que ya estaba bajo nuestros pies.
Otro día veremos
algunas; pero hoy quiero anticipar la más obvia: proviene de que, fieles a una
ideología, en mi opinión periclitada, miran de la historia sólo la política o
la cultura, y no advierten que todo eso es sólo superficie de la historia; que
la realidad histórica es, antes que eso y más hondo que eso, un puro afán de
vivir, una potencia parecida a las cósmicas; no a la misma, por tanto, no
natural, pero sí hermana de la inquieta al mar, fecundiza a la fiera, pone flor
en el árbol, hace temblar la estrella. La decadencia es, claro está, un
concepto comparativo. Se decae de un estado superior hacia un estado
inferior.
"El crecimiento de la vida"
El imperio de las masas y el ascenso
del nivel, la altitud del tiempo que él anuncia, no son a su vez más que
síntomas de un hecho más completo y general. Este hecho es casi grotesco e
increíble en su misma y simple evidencia.Es, sencillamente, que el mundo, de
pronto, ha crecido, y con él y en él, la vida. Por lo pronto, ésta se ha mundializado
efectivamente; quiero decir que el contenido de la vida en el hombre de tipo
medio es hoy todo el planeta; que cada individuo vive habitualmente todo el
mundo. Esta proximidad de lo lejano, esta presencia de lo ausente, ha aumentado
en proporción fabulosa el horizonte de cada vida.
Con lo cual
matamos espacio y yugulamos tiempo. Al anularlos, los vivificamos, hacemos
posible su aprovechamiento vital, podemos estar en más sitios que antes, gozar
de más ideas y más venidas, consumir en menos tiempo vital más tiempo cósmico.
El crecimiento sustantivo del mundo no consiste en sus mayores dimensiones,
sino en que incluya más cosas. Cada cosa es algo que se puede desear, intentar,
hacer, deshacer, encontrar, gozar o repeler; nombres todos los que significan
actividades vitales. Hoy se pueden comprar muchas más, porque la industria ha
abaratado casi todos los artículos.
Pero ahí está: este extrañísimo hecho de nuestra vida posee la condición radical de que siempre encuentra ante sí varias salidas, que por ser varias adquieren el carácter de posibilidades entre las que hemos de decidir. Tanto vale decir que vivimos como decir que nos encontramos en un ambiente de posibilidades determinadas. A este ámbito suele llamarse "las circunstancias". Toda vida es hallarse dentro de la "circunstancia" o mundo. Por que éste es el sentido originario de la idea "mundo". Mundo es el repertorio de nuestras posibilidades vitales. Representa lo que podemos ser;por tanto, nuestra potencialidad vital. De aquí que nos parezca el mundo una cosa tan enorme, y nosotros, dentro de él, una cosa tan menuda. El mundo o nuestra vida posible es siempre más que nuestro destino o vida afectiva. Sin embargo, para el hombre de vida media que habita en las urbes, las posibilidades de gozar han aumentado, en lo que va de siglo, de una manera fantástica.
No he hablado de la cualidad de la vida presente, sino sólo de su crecimiento, de su avance cuantitativo o potencial. Creo con ello describir rigurosamente la conciencia del hombre actual, su tono vital, que consiste en sentirse con mayor potencialidad que nunca y parecerle todo lo pretérito afectado de enanismo. Con más medios, más saber, más técnicas que nunca, resulta que haya habido :puramente a la deriva. De aquí esa extraña dualidad de prepotencia e inseguridad que anida en el alma contemporánea. Le pasa como se decía del Regente durante la niñez de Luis XV: que tenía todos los talentos menos el talento para usar de ellos.
"Un dato estadístico"
Nuestra vida, como repertorio
de posibilidades, es magnifica, exuberante, superior a todas las históricamente
conocidas. La vida que es, lo que podemos ser, vida posible, decidir entre las
posibilidades lo que en efecto vamos a ser. Circunstancia y decisión son los
dos elementos radicales de que se compone la vida. La circunstancia es lo que
de nuestra vida nos es dado e impuesto.
En vez de
imponernos una trayectoria, nos impone varias y, consecuentemente, nos da
fuerza... a elegir. ¡Sorprendente condición la de nuestra vida! Vivir es
sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a
ser en este mundo. Ni un solo instante se deja descansar a nuestra actividad de
decisión.
Al
contrario: las circunstancias son el dilema, siempre nuevo, ante el cual
tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter. Todo esto vale
también para la vida colectiva. También en ella hay, primero, un horizonte de
posibilidades, y, luego, una resolución que elige y decide el modo efectivo de
la existencia colectiva.
"En nuestro tiempo, domina el
hombre-masa; es él quien decide".
El
hombre-masa es el hombre cuya vida carece de proyecto y va a la deriva. Por eso
no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormemente
superiores.
"Comienza la disección del hombre-masa"
Por lo pronto, un aspecto de
omnímoda facilidad material. Nunca ha podido el hombre medio resolver con tanta
holgura su problema económico. Cada día agregaba un nuevo lujo al repertorio de
su standard vital. Cada día su posición era más segura y más independiente del
arbitrio ajeno. El hombre medio, con un bienestar puesto ante él solícitamente
por una sociedad y un Estado que son un portento de organización. A esta
facilidad y seguridad económicas añadanse las físicas: el confort y el orden
público. El hombre medio, desde la segunda mitad del siglo XIX, no halla ante
sí barreras sociales ningunas. El hombre medio aprende que todos los hombre son
legalmente iguales.
Se trata, en
efecto, de una innovación radical en el destino humano, que es implantada por
el siglo XIX. Se crea un nuevo escenario para la existencia del hombre, nuevo
en lo físico y en lo social. El mundo que desde el nacimiento rodea al hombre
nuevo no le mueve a limitarse en ningún sentido, no le presenta veto ni
contención alguna, sino que, al contrario, hostiga sus apetitos, que, en
principio, pueden crecer indefinidamente. Sino que ademas sugiere a sus
habitantes una seguridad radical en que mañana será aún más rico, más perfecto
y más amplio, como si gozase de un espontáneo e inagotable crecimiento.
Pero las
nuevas masas se encuentran con un paisaje lleno de posibilidades y ademas
seguro, y todo ello presto, a su disposición, sin depender de su previo esfuerzo,
como hallamos el sol en lo alto sin que nosotros hayamos subido al hombro.
Estas masas mimadas son lo bastante poco inteligentes para crecer que esa
organización material y social, puesta a su disposición como el aire, es de su
mismo origen, ya que tampoco falla, al parecer, y es casi tan perfecta como la
natural. Masas beneficiarias, así se explica y define el absurdo estado de
ánimo que esas masa revelan: no les preocupa más que su bienestar y al mismo
tiempo son insolidarias de las causas de ese bienestar.
"Vida noble y vida vulgar, o esfuerzo e inercia"
Naturalmente: vivir no es más que
tratar con el mundo. Y si la impresión tradicional decía: "Vivir es
sentirse limitado y, por lo mismo, tener que contar con lo que nos
limita", la voz novísima grita: "Vivir es no encontrar limitación
alguna; por tanto, abandonarse tranquilamente a sí mismo. Prácticamente nada es
imposible, nada es peligroso y, en principio, nadie es superior a nadie. Esta
experiencia básica modifica por completo la estructura tradicional, perenne,
del hombre-masa. Porque éste se sintió siempre constitutivamente referido a
limitaciones materiales y a poderes superiores sociales.
Nunca el
hombre-masa hubiera apelado a nada fuera de él si la circunstancia no le
hubiese forzado violentamente a ello. Como ahora la circunstancia no le obliga,
el eterno hombre-mas, consecuente con su índole, deja de apelar y se siente
soberano de su vida. En cambio, el hombre selecto o excelente está constituido
por una intima necesidad de apelar de sí mismo a una norma más allá de él,
superior a él, a cuyo servicio libremente se pone. Noble significa el
"conocido": se entiende el conocido de todo el mundo, el famoso, que
se dado a conocer sobresaliendo sobre la masa anónima. Implica un esfuerzo insólito
que motivó la fama. Equivale, pues, noble a esforzado o excelente.
Para mí
nobleza es sinónimo de la vida esforzada, puesta siempre a superarse a sí
misma, a trascender de lo que ya es hacia los que se propone como deber y
exigencia. De aquí a que llamemos masa a este modo de ser hombre. Los
poquísimos seres que hemos conocido capaces de un esfuerzo espontaneo y lujoso.
Son los hombres selectos, los nobles, los únicos activos y no sólo reactivos,
para quienes vivir es una perpetua tensión, un incesante entrenamiento.
Entrenamiento= áskesis. Son los ascetas, las dos formas puras que en él se
mezclan: la masa normal y el auténtico noble o esforzado.
Un hombre
nuevo, ha metido en él formidables apetitos, poderosos medios de todo orden para
satisfacerlos. Después de haber metido en él todas estas potencias, el siglo
XIX lo ha abandonado a sí mismo, y entonces, siguiendo el hombre medio su
índole natural, se ha cerrado dentro de sí. Que las masas son incapaces de
dejarse dirigir en ningún modo. Porque la textura radical de su alma está hecha
de homestismo e indocilidad, porque les falta de nacimiento la función de
atender a lo que está más allá de ellas, sean hechos, sean personas. Querrán
oír, y descubrirán que son sordas. Pero que se caracteriza por ignorar de raíz
los principios mismos de la civilización.
"Por qué las masas intervienen en todo y por qué sólo intervienen
violentamente"
Al no echar de menos
nada fuera de sí, se instala definitivamente en aquel repertorio. He aquí el mecanismo
de la obliteración. Por eso el vanidoso necesita de los demás , busca en ellos
la confirmación de la idea que quiere tener de sí mismo. En cambio, al hombre
mediocre de nuestros días, al nuevo Adán, no se le ocurre dudar de su propia
plenitud. El hermetismo nato de su alma le impide lo que sería condición previa
para descubrir su insuficiencia: compararse con otros seres. Compararse sería
salir un rato de sí mismo y trasladarse al prójimo. Pero el alma mediocre es
incapaz de transmigraciones.
No se trata de que el hombre-masa sea tonto. Por el
contrario, el cual es más listo, tiene más capacidad intelectiva que el de
ninguna otra época. Pero esa capacidad no le sirve de nada; en rigor, la vega
sensación de poseerla le sirve sólo para cerrarse más en sí y no usarla. De una
vez para siempre consagra el sí y no usarla. De una vez para siempre consagra
el surtido de tópicos, prejuicios, cabos de ideas o, simplemente vocablos
hueros que el azar ha amontonado en su interior, y con una audacia que sólo por
la inseguridad se explica, los impondrá dondequiera.
Hoy, en cambio, el hombre medio tiene las
"ideas" más taxativas sobre cuanto acontece y debe acontecer en el
universo. Por eso ha perdido el uso de la audición. ¿para qué oír, si ya tiene
dentro cuanto hace falta?. Las "ideas" de este hombre medio no son
auténticamente ideas, ni su posesión en cultura. La idea es un jaque a la
verdad. Quien quiera tener ideas necesita antes disponerse a querer la verdad y
a aceptar las reglas de juego que ella imponga. No hay cultura donde no hay
normas a que nuestros prójimos puedan recurrir. No hay cultura donde no hay
principios de legalidad civil a que apelar.
El más y el menos de cultura se mide por la
mayor o menor precisión de las normas. Donde hay poca, regulan éstas la vida
sólo grosso modo: donde hay mucha, penetran hasta el detalle en el ejercicio de
todas las actividades. Bajo las especies de sindicalismo y fascismo aparece por
primera vez en Europa un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere
tener razón, sino que, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus
opiniones. He aquí lo nuevo: el derecho a no tener razón, la razón de la
sinrazón. Yo veo en ello la manifestación más palpable del nuevo modo de ser
las masas, por haberse resuelto a dirigir la sociedad sin capacidad para ello.
Pero el hombre-masa se sentiría perdido si
aceptase la discusión, e instintivamente repudia la obligación de atacar esa
instancia suprema que se halla fuera de él. Se suprimen todos los trámites
normales y se va directamente a la imposición de lo que se desea. El hermanito
del alma, que, como hemos visto antes, empuja a la masa para que intervenga en
toda la vida pública, la lleva también, inexorablemente, a un procedimiento
único de intervención: acción directa. Perpetuamente el hombre ha acudido a la
violencia: unas veces este recuerdo era simplemente un crimen, y no nos
interesa. Pero otras era la violencia el medio a que recurría el que había
agotado antes todos los demás para defender la razón y la justicia que creía
tener.
"Acciona directa"
consiste en invertir el orden y proclamar la violencia como prima radio. Es
ella la norma que propone la anulación de toda norma, que suprime todo
intermedio entre nuestro propósito y su imposición. Es la Charta magna de la
barbarie. Fue, pues, siempre el modo de operar natural a las masas.
Civilización es, antes que nada, voluntad de convivencia. Se es incivil y
bárbaro en la medida en que no se cuente con los demás. La democracia liberal,
es prototipo de la "acción indirecta". El liberalismo es el derecho
que la mayoría otorga las minorías y es, por tanto, el más noble grito que ha
sonado en el planeta.
En casi todos, una masa
homogénea pesa sobre el Poder público y aplasta, aniquila todo grupo opresor,
La masa no desea la conveniencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no
es ella.
"Primitivismo y técnica"
La
rebelión de las masas puede, en efecto, ser tránsito de una nueva y sin par
organización de la humanidad, pero también puede ser una catástrofe en el
destino humano. Y así los síntomas de nueva conducta que bajo el imperio actual
de las masas van apareciendo y agrupábamos bajo el titulo "acción
directa", pueden anunciar también futuras perfecciones. Todos estos
elementos de la acción indirecta.
El hombre-masa no atiende a razones, y sólo aprende en su
propia carne. Porque repárese en el cuál es la situación actual: mientras
evidentemente todas las demás cosas de la cultura se han vuelto problemáticas,
hay una que cada día comprueba, de la manera más indiscutible y más propia para
hacer efecto al hombre-masa, su maravillosa eficiencia: la ciencia empírica.
"Primitivismo e historia"
Esto
pasa en el mundo que es sólo Naturaleza. Pero no pasa en el mundo que es
civilización, como el nuestro. Todo lo primitivo es selva, el hombre medio
actual. No le interesan los valores fundamentales de la cultura, no se hace
solidario de ellos, no está dispuesto a ponerse a su servicio. ¿Cómo ha pasado
esto? Por muchas cosas; la civilización, cuanto más avanza, se hace más
compleja y más difícil. Este desequilibrio entre la sutileza complicada de los
problemas y de las mentes será cada vez mayor si no se pone remedio, y
constituye la más elemental tragedia de la civilización. Mas ahora es el hombre
quien fracasa por no poder seguir emparejado por el progreso de su misma
civilización.
Civilización avanzada es una y misma cosa con problemas arduos. De aquí
que cuanto mayor sea el progreso, más en peligro está. El saber histórico es
una técnica de primer orden para conservar y para continuar una civilización
provecta. En su último tercio se inició la involución, el retroceso a la
barbarie; esto es, a la ingenuidad y primitivismo de quien no tiene u olvida su
pasado. Uno y otro son dos seudoalboradas; no traen la mañana de mañana, sino
la de un arcaico día, ya usado una o muchas veces; son primitivismo. Porque eso
es lo que hacía el hombre anterior al liberalismo. Y como ya una vez éste
triunfó de aquél, repetirá su victoria innumerables veces o se acabará todo en
una destrucción de Europa.
"La época del señor"señorito satisfecho""
1º,Una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sobada, sin
limitaciones trágicas; por tanto, cada individuo medio encuentra en sí una
sensación de dominio y triunfo que, 2º, le invita a afirmarse a si mismo tal
cual es, a dar por bueno y completo su haber moral e intelectual. Este
contentamiento consigo le lleva a cegarse para toda instancia exterior, a no
escuchar, a no poner en tela de juicio sus opiniones y a no contar con los
demás. Su sensación íntima de dominio le incita constantemente a ejercer
predominio. Actuará, pues, como si sólo él y sus congéneres existieran en el
mundo; por tanto, 3º, intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión, sin
miramientos, contemplaciones, trámites ni reservas; es decir, según un régimen
de "acción directa".
Este repertorio de facciones
nos hizo penar en ciertos modos deficientes de ser hombre, como el "niño
mimado" y el primitivo rebelde; es decir, el bárbaro. (El primitivo
normal, por el contrario, es el hombre más dócil a instancias superiores que ha
existido nunca. Este personaje, que ahora anda por todas partes y dondequiera
impone su barbarie intima, es, en efecto, el niño mimado de la historia humana.
El niño mimado es el heredero que se comporta exclusivamente como heredero.
Ahora la herencia es la civilización.
Se halla al nacer instalado, de pronto y sin
saber cómo, en medio de su riqueza y de sus prerrogativas. Son el caparazón
gigantesco de otra persona, de otro ser viviente, su antepasado. Y tiene que
vivir como heredero, esto es, tiene que usar el caparazón de otra vida. Ni la
una ni la otra. Está condenado a representar al otro, por tanto, a no ser ni él
mismo. Su vida pierde, inexorablemente, autenticidad, y se convierte en pura
representación o ficción de otra vida. La sobra de medios que está obligado a
manejar no le deja vivir su propio y personal destino, atrofia su vida.
Pues bien, la civilización del
siglo XIX es de índole tal que permite al hombre medio instalarse en un mundo
sobrado, del cual percibe sólo la superabundancia de medios, pero no las
angustias. Se encuentra rodeado de instrumentos prodigiosos, de medicinas
benéficas, de Estados previsores, de derechos cómodos. Ignora, en cambio, lo
difícil que es inventar estas medicinas e instrumentos y asegurar para el
futuro su producción; no advierte lo inestable que es la organización del
Estado, y apenas si siente dentro de sí obligaciones. La forma más
contradictoria de la vida humana que puede aparecer en la vida humana es el
"señorito satisfecho".
Esto, pienso, hace ver con suficiente
claridad la anormalidad superlativa que representa el "señorito
satisfecho". Porque es un hombre que ha venido a la vida para hacer lo que
le dé la gana. En efecto, esta ilusión se hace el "hijo de familia".
Pero el "señorito" es el que cree poder comportarse fuera de casa
como en casa, el que cree que nada es fatal, irremediable e irrevocable. Por
eso cree que puede hacer lo que le dé la gana. Pues bien: "el señorito
satisfecho" se caracteriza por "saber" que ciertas cosas no
pueden ser y, sin embargo, y por lo mismo, fingir con sus actos y palabras la
convicción contraria. El fascista se movilizará con ésta no faltará nunca a la
postre y en serio, sino que está ahí. Irremediablemente, en la sustancia misma
de la vida europea, y que en ella se recaerá siempre que la verdad haga falta,
a la hora de la seriedad.
"La barbarie del "especialismo""
La
tesis era que la civilización del siglo XIX ha producido automáticamente el
hombre-masa. Esta civilización del siglo XIX, decía yo, puede resumirse en dos
grandes dimensiones: democracia liberal y técnica. La técnica contemporánea
nace de la copulación entre el capitalismo y la ciencia experimental. Del siglo
V a 1800, Europa no consigue tener una población mayor de 180 millones. De 1800
a 1914 asciende a más de 460 millones. El brinco es único en la historia
humana. No cabe dudar de que la técnica ha engendrado al hombre-masa en el
sentido cuantitativo de esta expresión. ¿Quien ejerce hoy el poder social?
¿Quien impone la estructura de su espíritu en la época?, la
burguesía. Resulta que el hombre de ciencia actual es el prototipo el
hombre-masa. Y no por casualidad, ni por defecto unipersonal de cada hombre de
ciencia, sino porque la ciencia misma lo convierte automáticamente en
hombre-masa; es decir, hace de él un primitivo, un bárbaro moderno.
Ello haría ver cómo, generación tras generación, el hombre de
ciencia ha ido contriñéndose, recluyéndose, en un campo de ocupación
intelectual cada vez más estrecho, sino más bien lo inverso; cómo en cada generación
el científico, por tener que reducir su órbita de trabajo, iba progresivamente
perdiendo contacto con las demás partes de la ciencia, con una interpretación
integral del universo, que es lo único merecedor de los nombres de ciencia,
cultura, civilización europea. La ciencia experimental ha progresado en buena
parte merced al trabajo de hombres fabulosamente mediocres, y aun menos que
mediocres. Es decir, que la ciencia moderna, raíz t símbolo de la civilización
actual, da acogida dentro de sí al hombre intelectualmente medio y le permite
operar con buen éxito. "Un hombre que sabe". El especialista
"sabe" muy bien su mínimo rincón de universo; pero ignora la raíz de
todo el resto.
El especialista nos sirve para concretar enérgicamente la especie y
hacernos ver todo el radicalismo de su novedad. En sabios e ignorantes, en más
o menos sabios, pero el especialista no puede ser subsumido bajo ninguna de
esas dos categorías. El especialista, pues, que ha hecho posible el progreso de
la ciencia experimental durante un siglo, se aproxima a una etapa en que no
podrá avanzar por sí mismo si no se encarga una generación, mejor de
construirle un nuevo asador en consecuencia más poderoso.
"El mayor peligro,el Estado"
La
masa es lo que no actúa por sí misma. Tal es su misión. Pretender la masa
actuar por sí misma es, pues, rebelarse, contra su propio destino, y como eso
es lo que hace ahora, hablo yo de la rebelión de las masas. Cuando la masa
actúa por sí misma, lo hace sólo de una manera, porque no tiene otra: lincha,
América es el paraíso de las masas. Actualmente es ya la violencia la retórica
del tiempo; los retóricos, los inanes, la hacen suya. Nos encontramos pues, con
una réplica de lo que en el capítulo anterior se ha dicho sobre la ciencia: la
fecundidad de sus principios la empuja hacia un fabuloso progreso; pero éste
impone inexorablemente la especialización, y la especialización amenaza con
ahogar a la ciencia. Lo mismo acontece con el Estado.
Una nueva clase social apareció,más poderosa en número y potencia que
preexistentes: la burguesía. Esta indina burguesía poseía, ante todo y sobre
todo, una cosa: talento, talento práctico. Sabía organizar, disciplinar, dar
continuidad y articulación al esfuerzo. Como el Estado es una técnica. El
Estado contemporáneo es el producto más visible y notorio de la civilización.
Imagínese que sobreviene en la vida pública de un país cualquier dificultad,
conflicto o problema: el hombre-masa tenderá a exigir que inmediatamente lo
asuma el Estado, que se encargue directamente de resolverlo con sus gigantescos
e incontrastables medios.
Este es
el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatificación de la
vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad
histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos.
Cuando la masa siente alguna desventura. Todo por le Estado; nada fuera del
Estado; nada contra el Estado. Bastaría esto para descubrir en el fascismo un
típico movimiento de hombre-mas.
Segunda Parte: ¿Quién manda en el mundo?
¿Quién manda en el mundo?
El
Estado es, en definitiva, el estado de la opinión: una situación de equilibrio,
de estática. Lo que pasa es que a veces la opinión pública no existe. Una
sociedad dividida en grupos discrepantes, cuya fuerza de opinión queda
recíprocamente anulada, no da lugar a que se constituya un mando. ¿Cómo ha de
entenderse este predomino? La mayor parte de los hombres no tiene opinión, y es
preciso que ésta le venga de fuera a presión, como entra el lubricante en las
máquinas. Por eso es preciso que el espíritu tenga poder y lo ejerza, para que
la gente que no opina opine. Sin opiniones, la convivencia humana sería el
caos; menos aún: la nada histórica.
Su principal característica consiste en que,
sintiéndose vulgar, proclama al derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer
instancias superiores a él. También hay, relativamente, pueblos-masa resueltos
a rebelarse contra los grandes pueblos creadores, minoría de estirpes humanas
que han organizado la historia. Los pueblos-masa han resuelto dar caducado
aquel sistema de normas que es la civilización europea, pero como son incapaces
de crear otro, no saben qué hacer, y para llenar el tiempo se entregan a la
cabriola. Esta es la primera consecuencia que sobreviene cuando en el mundo
deja de mandar alguien: que los demás, al rebelarse, se quedan sin tarea, sin
programa de vida.
Un automóvil de hace diez años parece más viejo que
una locomotora de hace veinte, simplemente porque los inventos de la técnica
automovilística se han sucedido con mayor rapidez. Esta decadencia que se
origina en el brote de nuevas juventudes es un síntoma de salud. Esta es
la horrible situación intima en que se encuentra ya las juventudes mejores del
mundo. De puro sentirse libres, exentas de trabas, se sienten vacías. Porque
vivir es tener que hacer algo determinado, y en la medida en que eludamos poner
a algo nuestra existencia evacuamos nuestra vida. Mandar es dar quehacer a las
gentes, meterlas en su destino, en su quicio; impedir se extravagancia, las cual
suele ser vagancia, su vida vacía, desolación. El camouflage es, por esencia,
una realidad que no es la que parece. Su aspecto oculta, en vez de declarar, su
sustancia. Pos eso engaña a la mayor parte de las gentes. Se olvida que hay dos
grandes tipos de evolución para un pueblo. Hay el pueblo que nace en un
"mundo" vacío de toda civilización. Ejemplo: el egipcio o el chino.
En un pueblo así, todo es autóctono, y sus gestos tienen un sentido claro y
directo. Pero hay otros pueblos que germinan y se desarrollan en un ámbito
ocupado ya por una cultura de añeja historia. El joven no necesita razones para
vivir;sólo necesita pretextos. Por razones distintas que Rusia, los Estado
Unidos significan también un caso de esa especifica realidad histórica que
llamamos "pueblo nuevo". Se cree que esto es una frase, cuando es una
cosa tan efectiva como la juventud, que se ha puesto al servicio del
mandamiento contemporáneo "técnica", como podía haberse puesto al
servicio del budismo si éste fuese la orden del día.
La función de mandar y obedecer es la decisiva en
toda la sociedad, pero como es social en su más elemental textura, queda
trastornado en su índole privada por mutaciones que en rigor sólo afectan
inmediatamente a la colectividad, vivir es algo que cada cual hace por sí y
para sí. Vivir es ir disparado hacia algo, es caminar hacia una meta. La meta
no es mi caminar, no es mi vida; es algo a que pongo ésta y que por lo mismo
está fuera de ella, más allá. Si me resuelvo a andar sólo por dentro de mi
vida, egoístamente, no avanzo, no voy a ninguna parte; doy vueltas y revueltas
en un mismo camino que no lleva a nada, que se pierde en sí mismo, de puro no
ser más que caminar por dentro de sí. El mando consiste en una presión que se
ejerce sobre los demás. Pero no consiste sólo en esto. Si fuera esto sólo,
sería violencia. No se olvide que mandar tiene doble efecto: se manda a
alguien, pero se le manda algo. Y lo que se le mada es, a la postre, que
participe en una empresa, en un gran destino histórico. Por eso no hay imperio
sin programa de vida, precisamente sin un plan de vida imperial. Como
dice el verso de Schiller:
Cuando los reyes construyen,
tienen que hacer los carreros.
El egoísmo aparente de los
grandes pueblo y de los grandes hombres es la dureza inevitable con que tiene
que comportarse quien tiene su vida puesta a una empresa.
La decadencia de Europa. Ya es sorprendente el
detalle de que esta decadencia no haya sido notada primeramente por los
extraños, sino que el descubrimiento de ella se deba a los europeos mismos.
Cuando nadir, fuera del viejo continente, pensaba en ello, ocurrió a algunos
hombres de Alemania, de Inglaterra, de Francia, esta sugestiva idea: ¿No será
que empezamos a decaer? La idea ha tenido buena prensa, y hoy todo el mundo
habla de la decadencia europea como de una realidad inconcusa. Definir la
actual decadencia europea, es el conjunto de dificultades económicas que
encuentra hoy delante de cada una de las naciones europeas. ¿Es que, por
ventura, el alemán o el inglés no se sienten hoy capaces de producir más y
mejor que nunca? Pues lo curioso es, precisamente, la depresión indiscutible de
sus ánimos no proviene de que se sientan poco capaces, sino, al contrario, de
que sintiéndoos con más potencialidad que nunca, tropiezan con ciertas barreras
fatales que les impiden realizar lo que muy bien podrían.
¿Para qué no es eficaz? Porque la
eficacia es la virtud que en utensilio tiene para producir una finalidad. En
este caso la finalidad sería la solución de los problemas públicos en cada
nación. La ineficacia de los Parlamentos. Sería inútil sustituir el detalle de
sus instituciones, porque lo irrespetable no son éstas, sino al Estado mismo,
que se ha quedado chico. Por vez primera, al tropezar el europeo en sus
proyectos económicos, políticos, intelectuales, con los límites de su nación,
siente que aquéllos son inconmensurables con el tamaño del cuerpo colectivo en
que está encerrado. Y, sin embargo, el fabricante europeo de automóviles sabe muy
bien que la superioridad del producto americano no procede de ninguna virtud
específica gozada por el hombre de ultramar, sino sencillamente de que la
fábrica americana puede ofrecer su producto sin traba alguna a ciento veinte
millones de hombres. La "racionalización" de la industria es
consecuencia automática de su tamaño. La situación autentica de Europa vendría,
por tanto, a ser ésta: su magnifico y largo pasado la hace llegar a un nuevo
estadio de vida donde todo ha crecido; pero a la vez las estructuras
supervivientes de ese pasado son enanas e impiden la actual expansión.
La polis no es primordialmente
un conjunto de casas habitables, sino un lugar de ayuntamiento civil, un
espacio acotado para funciones públicas. La urbe no está hecha, como la cabaña
o el domus, para cobijarse de la intemperie y engendrar, que son menesteres
privados y familiares, sino para discutir sobre la cosa pública. Pero el
grecorromano decide separarse del campo, de la "naturaleza" del
cosmos geobotánico. ¡Dónde irá, si el campo es toda la tierra, si es lo
limitado! Muy sencillo: limitando un trozo de campo mediante unos muros que
opongan el espacio incluso y finito al espacio amorfo y sin fin. La plaza, es
pura y simplemente la negación del campo. La plaza, merced a los muros que la
acotan, es un pedazo de campo que se vuleve de espaldas al resto, que prescinde
del resto y se opone a él. Este campo menor y rebelde, que practica secesión
del campo infinito y se reserva a sí mismo frente a él, es campo abolido y, por
tanto, un espacio sui generis, novísimo, en que el hombre se deja a éstos fura
y crea un ámbito aparte puramente humano. Es el espacio civil.
Sócrates, "Yo no tengo que ver con los
árboles en el campo: yo sólo tengo que ver con los hombres en la ciudad",
la lucha incesante entre esos dos espacios: entre la ciudad racional y el campo
vegetal, entre el jurista y el labriego, entre ius y el rus. Synoikismos es
acuerdo de irse a vivir juntos; ayuntamiento, estrictamente en el doble sentido
físico y jurídico de este vocablo. La urbe es la supercasa, la superación de la
casa o nido inframundo, la creacion s¡de una entidad más abstracta y más alta
que el oikos familiar. Es la república, la politeia. que no se compone de
hombres y mujeres, sino de ciudadanos. Por una parte, la palabra
"estado" indica que las fuerzas históricas consiguen una combinación
de equilibrio, de asiento. En este sentido significa lo contrario de movimiento
histórico: el Estado es convivencia estabilizada, constituida, estática. Con
esto quiero decir que el Estado no es una forma de sociedad que el hombre se
encuentra dada y en regalo, sino que necesita fraguarla penosamente.
El Estado comienza cuando el
hombre se afana por evadirse de la sociedad nativa dentro de la cual la sangre
lo ha inscrito. La ciudad nace por reunión de pueblos diversos. Construye sobre
la heterogeneidad zoológica una homogeneidad abstracta de jurisprudencia. Es el
propósito de empresas vitales mayores que las posibles a las minúsculas sociedades
consanguíneas. Varias colectividades pequeñas cuya estructura social está hecha
para que viva cada cual hacia dentro de sí misma. La forma social de cada una
sirve sólo para una convivencia interna. Esto indica que en el pasado vivieron
efectivamente aisladas, cada una por sí y para sí, sin más que contactos
excepcionales con las limítrofes. El principio estatal es el movimiento que
lleva a aniquilar las formas sociales de convivencia interna, sustituyéndosloas
por una forma social adecuada a la nueva convivencia externa. El Estado
comienza por ser una obra de imaginación absoluta. La imaginación es el poder
liberador que el hombre tiene.
El hombre de cabeza clara es el que se liberta de
esas "ideas" fantasmagóricas y mira de frente a la vida, y se hace
cargo de que todo en ella es probablemático, y se siente perdido. Como esto es
la pura verdad, el que lo acepta ya ha empezado a encontrarse, ya ha comenzado
a descubrir su auténtica realidad, ya está en lo firme. (La mayor parte de los
hombres de ciencia se han dedicado a ellos por terror a enfrentarse con su
vida. No son cabezas claras; de aquí su notoria torpeza ante cualquier
situación concreta). Nuestras ideas científicas valen en la medida en que nos
hayamos sentido perdidos ante una cuestión, en que vayamos visto bien su
carácter problemático y comprendamos que no podemos apoyarnos en ideas
recibidas, en recetas, en lemas ni vocablos. La política es mundo más real que
la ciencia, porque se compone de situaciones únicas en que el hombre se encuentra
de pronto sumergido, quiera o no. Por eso es el tema que nos permite distinguir
mejor quiénes son cabezas claras y quiénes son cabezas rutinarias. La salud de
las democracias, cualesquiera que sean su tipo y su grado, depende de un mísero
detalle técnico: el procedimiento electoral. Si el régimen de comicios es
acertado, si se ajusta a la realidad, todo va bien; si no, aunque el resto
marche óptimamente, todo va mal.
"Príncipe" un ciudadano como los
demás, pero que era investido de poderes superiores, a fin de regular el
funcionamiento de las instituciones republicanas. De aquí que todo su vivir es
en cierto modo revivir. Esto es ser arcaizante y esto lo fue casi siempre el
antiguo. El filólogo es también ciego para el porvenir. También él retrograda,
busca a toda actualidad un precedente, al cual llama lindo vocablo de égloga,
su "fuente". César es aproximadamente lo contrario que Alejandro.
César Imperio romano que no viva de Roma, sino de la periferia, de las
provincias, y esto implica la superación absoluta del Estado-ciudad. Un Estado
donde los pueblos más diversos colaboren, de que todos se sientan solidarios.
No un centro que manda y una periferia que obedece, sino un gigantesco cuerpo
social, donde cada elemento sea a la vez sujeto pasivo y activo del Estado. Tal
es el Estado moderno, y ésta fue la fabulosa anticipación de su genio
futurista. Los nuevos Estados aparecen ya formados por grupos de natividad
independientes. Son combinaciones de sangres distintas.
Es evidente la presencia de
dos principios: uno, variable y siempre superado; otro, permanente, que salta
libérrimo sobre todos esos límites y postula como unidad lo que aquél
consideraba precisamente como radical contraposición. Los folólogos
"historiadores" la verdad pura es que las naciones actuales son tan
sólo la manifestación actual de aquel principio variable, condenado a perpetua
superación. ¿Qué fuerza real ha producido esa convivencia de millones de
hombres bajo una soberanía del Poder público que llamamos Francia, o
Inglaterra, o España, o Italia, o Alemania? No ha sido la previa comunidad de
sangre porque cada uno de esos cuerpos colectivos está regado por torrentes
cruentos muy heterogéneos. No ha sido tampoco la unidad lingüística, porque los
pueblo hoy reunidos en un Estado hablaban o hablan todavía idiomas distintos.
La relativa homogeneidad de raza y lengua de que hoy gozan es resultado de la
previa unificación política.
La realidad histórica de la
famosa "frontera natural" consiste sencillamente en ser un estorbo a
la expansión del pueblo A sobre el pueblo B. Porque es un estorbo para A, es
una defensa para B. La idea de "frontera natural" implica, pues,
ingenuamente, como más natural aún que la frontera, la posibilidad de la expansión
y fusión ilimitada entre los pueblos. ¿Cuál ha sido entonces el papel de las
fronteras en la formación de las nacionalidades, ya que no han sido el
fundamento positivo de éstas?. Las fronteras han servido para consolidar en
cada momento la unificación política ya lograda. Al principio fueron estorbo, y
luego, una vez allanadas, fueron medio material para asegurar la unidad. ¿Por
qué, en definitiva, se creyó necesario recurrir a raza, lengua y territorio
nativos para comprender el hecho maravilloso de las modernas naciones? Pura y
simplemente, porque en éstas hallamos una intimidad y solidaridad radical de
los individuos con el Poder público desconocidas en Estado antiguo.
"Se
desemboca en la verdadera cuestión"
Esta
es la cuestión: Europa se ha quedado sin moral. No es que el hombre-masa
menosprecie una anticuada en beneficio de otra emergente, sino que el centro de
su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse
a moral ninguna. Los gentes, cómicamente, se declaran "jóvenes"
porque han oído que el joven tiene más derechos que obligaciones, ya que puede
demorar el cumplimiento de éstas hasta las calendas griegas de la madurez.
Siempre el joven, como tal, se ha considerado eximido de hacer o haber hecho ya
hazañas. Siempre ha vivido de crédito. En realidad, vivimos un tiempo de
chantage universal que toma dos formas de mohín complementario: hay el chantage
de la violencia y el chantage del humorismo. Con uno o con otro se aspira siempre
a lo mismo: que el inferior, que el hombre vulgar pueda sentirse eximido de
toda supeditación.
En este
ensayo se ha querido dibujar un cierto tipo europeo, analizando sobre todo su
comportamiento frente a la civilización misma en que ha nacido. ¿Qué
insuficiencias radicales padece la cultura europea moderna? Porque es evidente
que, en última instancia, de ellas proviene esta forma humana ahora dominante.
"Epílogo
para ingleses"
El
pueblo inglés es, en efecto, el hecho, más extraño que hay en el planeta. No me
refiero al inglés individual, sino al cuerpo social, a la colectividad de los
ingleses. Lo extraño, lo maravilloso no pertenece, pues, al orden psicológico,
sino al orden sociológico. Yo sostengo, en cambio, que lo excepcional, que la
originalidad extrema del pueblo inglés radica en su manera de tomar el lado
social o colectivo de la vida humana, en el modo como sabe ser una sociedad.
Téngase presente que Inglaterra no es un pueblo de escritores sino que
comerciantes, de ingenieros y de hombres piadosos. Porque Europa fue siempre
como una casa de vecindad, donde las familias no viven nunca separadas, sino
que mezclan a toda hora su doméstica existencia.
"En
cuanto al pacifismo..."
Desde
hace veinte años, Inglaterra se ha embarcado en el pacifismo. Es un hecho
demasiado notorio que ese pacifismo inglés ha fracasado. Todo lo contrario.
¿Por qué desanimarse?Tal vez las dos únicas cosas a que el hombre no tiene
derecho son la petulancia y su opuesto, el desánimo. No hay nunca razón
suficiente ni para lo uno ni para lo otro. Yo supongo que los ingleses se
disponen ya, serenamente, pero decididamente, a rectificar el enorme error que
durante veinte años ha sido su peculiar pacifismo y a sustituirlo por otro
pacifismo más perspicaz y más eficiente. Como casi siempre acontece, el defecto
mayor del pacifismo inglés ha sido subestimar al enemigo. Esta subestima les
inspiró un diagnóstico falso. El pacifista ve en la guerra un daño, un crimen o
un vicio.
Pensó que para eliminar la guerra bastaba con no hacerla
o, la sumo, con trabajar en que no se hiciese. La guerra, sólo puede evitarse
si se entiende por paz un esfuerzo todavía mayor, un sistema de esfuerzos
complicadísimos y que, en parte, requieren la venturosa intervención del genio.
La paz no "está ahí", sencillamente, presta sin más para que el
hombre la goce. La paz no es fruto espontáneo de ningún árbol. La guerra,
repitamos, era un medio que habían inventado los hombres para resolver ciertos
conflictos. La renuncia a la guerra no suprime estos conflictos. Al contrario,
los deja más intactos y menos resueltos que nunca. La ausencia de pasiones, la
voluntad pacífica de todos los hombres resultarían solución y, mientras no se
inventase otro medio, la guerra reaparecería inexorablemente en ese imaginario
planeta habitado sólo por pacifistas. La paz, por ejemplo, es el derecho como
forma de trato entre los pueblos. Pues bien: el pacifismo usual daba por
supuesto que ese derecho existía, que estaba ahí a disposición de los hombres y
que sólo las pasiones de éstos y sus instintos de violencia inducían a
ignorarlo, Ahora bien: esto es gravemente opuesto a la verdad.
Porque es inmoral pretender que una cosa deseada se realice
mágicamente, simplemente porque la deseamos. Sólo es moral el deseo al que
acompaña la severa voluntad de aprontar los medios de su ejecución. El profeta;
el político, todas las grandes épocas de la historia han nacido de la sutil
colaboración entre esos dos tipos de hombre. Y tal vez una de las causas
profundas del actual desconcierto sea desde hace dos generaciones los políticos
se han declarado independientes y han cancelado esa colaboración. Dentro del
pueblo se producen las revoluciones, y entre los pueblos estallan las guerras.
En el derecho internacional, esta incongruencia entre la estabilidad de la
justicia y la movilidad de la realidad, que el pacifista quiere someter a
aquélla, llega a su máxima potencia. Considerada en lo al derecho importa, la
historia es, ante todo, el cambio en el reparto del poder sobre la tierra, Y
mientras no existan principios de justicia que, siquiera en teoría, regulen
satisfactoriamente esos cambios del poderío, todo pacifismo es pena de amor
perdida. El hombre necesita un derecho dinámico, un derecho plástico y en
movimiento, capaz de acompañar a la historia en su metamorfosis.
Porque la elasticidad es la condición que permite a un derecho ser
plástico, y si se le atribuye un margen, es que se prevé su movimiento. Porque
el derecho nos parecería ser un fenómeno que acontece dentro de las sociedades,
y el llamado "internacional" nos invita, por el contrario, a imaginar
un derecho que acontece entre ellas; es decir, en un vacío social. En ese vacío
social las naciones se reunirían, y mediante un pacto crearían una sociedad
nueva, que seria, por mágica virtud de los vocablos, la Sociedad de Naciones.
Una sociedad constituida mediante un pacto sólo es sociedad en el sentido que
este vocablo tiene para el derecho civil, esto es, una asociación. Mas una
asociación no puede existir como realidad jurídica si no surge sobre un área
donde previamente tiene vigencia un cierto derecho civil. Esa área donde la
sociedad pactada surge es otra sociedad preexistente, que no es obra de ningún
pacto, sino que es el resultado de una convivencia inveterada.
Si Europa es sólo una pluralidad de naciones, pueden los pacíficos
despedirse radicalmente de sus esperanzas. Entre sociedades independiente no
puede existir verdaderamente paz. Lo que solemos llamar así es un estado de
guerra mínima o latente. En vez de figurarnos las naciones europeas como una
serie de sociedades exentas, imaginemos una sociedad única, dentro de la cual
se han producido grumos o núcleos de condensación más intensa. La convivencia,
sin más, no significa sociedad, vivir en sociedad o formar parte de una
sociedad. Convivencia implica sólo relaciones entre individuos. Pero no puede
haber convivencia duradera y estable sin que se produzca automáticamente el
fenómeno social por excelencia, que son los usos. Una sociedad es un conjunto
de individuos que mutuamente se saben sometidos ala vigencia de ciertas
opiniones y valoraciones. Según esto, no hay sociedad sin la vigencia efectiva
de cierta concepción del mundo, la cual actúa como una última instancia a que
se puede recurrir en caso de conflicto.
La realidad histórica o, más vulgarmente dicho, lo que pasa en el mundo
humano, no es un montón de hechos sueltos, sino que posee una estricta anatomía
y una clara estructura. Es más: acaso es lo único en el universo que tiene por
sí mismo estructura, organización. Todo lo demás carece de ella Son hechos
sueltos a los que el físico tiene que inventar una estructura imaginaria. Pues
bien: nada debiera hoy importar tanto al pacifista como averiguar qué es lo que
pasa en esos senos profundos del cuerpo occidental, cuál es su índice actual de
socialización, por qué se ha volatilizado el sistema tradicional de
"vigencias colectivas", y si, a despecho de las apariencias, conserva
alguna de éstas latente vivacidad. Porque el derecho es operación espontanea de
la sociedad, pero la sociedad es convivencia bajo instancias. Europa está hoy
desocializada o, lo que es igual, faltan principios de convivencia que sean
vigentes y a que quepa recurrir. Una parte de Europa se esfuerza en hacer
triunfar unos principios que considera "nuevos", la otra se esfuerza
en defender los tradicionales.
Ahora bien esas vigencias, en el momento en que es preciso
luchar en pro de un principio, quiere decirse que éste no es aún o ha dejado de
ser vigente. Viceversa, cuando es con plenitud vigente, lo único que hay que
hacer es usar de él, referirse a él ampararse en él, como se hace con la ley de
gravedad. Ello es que el pacifista necesita hacerse cargo de que se encuentra
en un mundo donde falta o está muy debilitado el requisito principal para la
organización de la paz. En el tanto de unos pueblos con otros no cabe recurrir
a instancias superiores, porque no las hay. La atmósfera de sociabilidad en que
flotaban y que, interpuesta, como un éter benéfico entre ellos, les permitía
comunicar suavemente, se ha aniquilado. La pura verdad es que, desde hace años,
Europa se halla en estado de guerra, en un estado de guerra sustancialmente más
radical que en todo pasado. Y el origen que ha atribuido a esta situación me
parece confirmado por el hecho de que no solamente existe una guerra virtual
entre los publos, sino que dentro de cada uno hay, declarada o preparándose,
una grave discordia.
Para los efectos de la vida pública universal, el tamaño del
mundo súbitamente se ha contraído, se ha reducido. Los pueblos se han
encontrado de improviso dinámicamente más próximos,. Y esto acontece
precisamente a la hora en que los pueblos europeos se han distanciado más
moralmente. Tal vez, con ciertas reservas, pudiera decirse que las formas de
saludo son funciones de la densidad de población, por tanto, de la distancia
normal a que están unos hombres de otros. La causa de ello es relativamente
obvia, las realidades que enjuicia son lo que efectivamente ha pasado el mismo
sujeto que las enjuicia.
Autor del texto original: José Ortega y Gasset
Autor del texto original: José Ortega y Gasset
Opinión Personal
Podemos decir que es un lectura muy filosófica y densa, que no explica verdaderamente lo referente a nuestra carrera, sin embargo y a pesar de que no se relaciona de una manera muy directa con nuestra carrera -sólo en el sentido las comunicaciones tecnológicas que contribuyen a la formación del hombre masa- , creemos que es importante saber en profundidad las cualidades de un hombre masa y por tanto, las de una sociedad de hombres masas ya que diariamente enfrentamos el riesgo de convertirnos en uno.
En este sentido, también podríamos decir que ser un hombre masa es malo ya que no nos permite realizarnos y alcanzar ese bien o fin último al que dirigimos nuestra vida. En definitiva, conocer al hombre masa es importante, sin embargo consideramos que no hacía falta un estudio tan profundo y tan denso del mismo.